Estoy en el punto en el que amarro
las agujetas de las botas que me llevaron,
lentamente y con otros símbolos,
hacia una taza minúscula de café.
Y en ese momento seguían rodeándome
las persianas verdes
pero ahora estas mismas huellas de goma
ven más bien la prisa naranja
y el bullicio de los que cambian,
o quizá no,
el color de mi pelo.
Es verdad,
así como extraño esas ventanas
también extrañaré el rayo de luz naranja
y sus gritos llenos de plástico
y cosas que tirar.
Pero ese vaivén de una cuerda floja
que recorre a cada paso la llegada
es lo que me mantiene viva,
y ya vendrán quizá la nieve,
o las montañas,
o los lagos,
a hacer resonar mis raíces,
las que se prolongan también en horizontal.