martedì 6 settembre 2011

Hace tiempo iniciamos el camino.
Recuerdo el ruido de la puerta al abrirse,
y la luz que nos iluminò el rostro.
Supe que podrìa observarlo todo perfectamente,
y una ligera brisa me acariciò los ojos.
Dejé a un lado mis reflejos,
sabìa que podìa seguir sin la necesidad constante
de reconocerme en imagen.

La sensaciòn de apretarte la mano y jalarte no se me olvida.
La luz habìa dejado de soplar sobre òas ramas secas,
y te costaba trabajo avanzar.
Yo, que apenas adivinaba por dònde posar los pies,
no me detenìa ni un segundo.
Adentro tenìa una bola de fuego que gritaba, o que cantaba,
te cantaba.

Mi canto te limpiò los ojos y me soltaste.
La marca de mi mano sobre la tuya desapareciò,
y ahora tù me tomaste sin ansias.
Delante no habìa màs viento ni lodo.

En algùn momento, sin embargo, ambos dejamos de observarnos.
Las manos unidas, las voces cantando, la mirada al frente,
sin saber que percibìamos dos horizontes.

Ahora lo sabemos, y el abrazo nos duele.
Quisiéramos que el deseo fuera el mismo,
que las tierras se unieran,
que el canto dejara de llorar.

Y no sé hacia dònde mirar,
tampoco sé dònde encontrarnos,
a pesar de estar apretàndote fuerte contra mi pecho.